lunes, 22 de junio de 2009

De lo que uno se entera leyendo

Situémonos alrededor de 1850. A través de la Bolsa de Hamburgo, Alemania, Escandinavia y Rusia adquieren una gran cantidad de productos de ultramar. La ciudad en el río Elbe constituye el mayor mercado de café del mundo entero. El puerto de la ciudad, cruce de caminos y rutas comerciales, trae riquezas que provienen de todos los rincones del planeta.

En 1848 empezaron a surgir en Alemania las empresas ferroviarias, que precisan de grandes capitales para comprar locomotoras, poner los tendidos, etc. Ya no es posible financiar los proyectos mediante fortunas individuales, de modo que surgen las sociedades anónimas. También se fundan bancos como SA, que son capaces de otorgar créditos en cuantías nunca antes vistas. Los inversores empiezan a valorar las acciones de estos bancos y de las compañías ferroviarias, debido a los altos dividendos que prometen, e invierten enormes sumas de dinero en estos dos frentes.

Pero en Hamburgo, los inversores son cautelosos. Se fundan pocas SA, y el gobierno regional (todavía no existe Alemania como país unificado) se niega a imprimir papel moneda (sólo existe una divisa, llamada Bancomark de Hamburgo, en moneda de plata). ¿Cómo satisfacen las casas de inversiones locales la mayor demanda de moneda, que discurre paralela al aumento del comercio mundial? Mediante pagarés con fecha de vencimiento. Estos pagarés se transforman, en la práctica, en un papel moneda que pasa de mano en mano, siempre que el socio lo acepte como forma de pago.

En 1854 estalla la Guerra de Crimea entre Rusia y la Alianza Británico-Francesa. Los mercaderes hamburgueses comercian con ambos bandos, compran por ejemplo algodón en los USA y lo venden (a través de intermediarios en Suecia) a los rusos. Los negocios van viento en popa, los precios suben. Muchos mercaderes se meten en créditos para comprar más mercancía, con el esperanza de que las ganancias sean mayores que los intereses.

Los bienes se empiezan a acaparar: por ejemplo, 7.500 toneladas de café se almacenan en Hamburgo, a la espera de que el precio suba más para vender. Por otro lado, los bancos de Hamburgo empiezan a otorgar créditos a otros países, especialmente escandinavos. Los pagarés, que no han dejado de emitirse, siguen aumentando (en 1855 son alrededor de 162 millones de Bancomark, dos años después se alcanza la cifra de 273 millones) y cambian de mano cada vez con mayor rapidez.

La Bolsa de Nueva York en 1856 se encuentra al alza: las cotizaciones de las acciones de las empresas ferroviarias norteamericanas alcanzan alturas impensables, debido a que la existencia de un tendido que llega a California promete enormes ganancias con el suministro de mercancía los estados del oeste. La especulación está a la orden del día. Una compañía de seguros, por ejemplo, la Ohio Life de Cincinnati,invierte todo su capital social en acciones ferroviarias. Esperan enormes beneficios.

Que no llegan. En julio de 1857 la bolsa se desploma cuando se descubre que las previsiones de las ganancias de los negocios con el oeste habían sido demasiado optimistas. La burbuja explota. Ohio Life se declara en bancarrota en agosto de 1857. Un mes después de realizar su gran inversión.

En Wall Street se origina una oleada de pánico que, al principio, afecta a las empresas locales. En octubre de 1857, los acreedores de los bancos en Nueva York aparecen en masa a reclamar sus ahorros, quieren efectivo. Los bancos no se encontraban preparados para ello, de modo que se ven obligados a cerrar sus puertas.  Wall Street se paraliza.

Las malas noticias viajan en barco (todavía Marconi no ha inventado el telégrafo), de modo que es preciso esperar dos semanas para que alcancen suelo europeo. Los comerciantes británicos han vendido una gran cantidad de bienes a crédito a los USA, bancos ingleses y escoceses han comprado acciones ferroviarias norteamericanas. Pronto, los bancos londinenses se encuentran en aprietos. La onda expansiva de la crisis traspasa todas las fronteras y lleva a la quiebra a compañías en todo el planeta. En Chile, en Turquía, y por supuesto en Hamburgo.

Los comerciantes de la ciudad hanseática se enteran de que el algodón que compraron a crédito a los USA a precios inflados vale sólo la tercera parte de lo que pagaron. Al mismo tiempo, los socios escandinavos sufren las consecuencias de la crisis en Inglaterra y no pueden afrontar los pagos. Pero Gran Bretaña exige el pago de sus créditos a los hamburgueses. Así que el dinero en efectivo empieza a escasear en Hamburgo. De repente, nadie quiere aceptar más pagarés como forma de pago. Los acaparadores se dan cuenta de que los precios de todos los productos caen en picado. Los depósitos de Hamburgo están repletos de mercancía, sólo que nadie tienen dinero para comprar. Empiezan a quebrar las casas de comercio más pequeñas.

En diciembre, los mercaderes reclaman al gobierno la emisión de papel moneda para salir del paso. Pero el Senado teme una devaluación y no quiere abandonar al Bancomark de plata. La propuesta es desoída. El Senado se decide a conceder créditos a los mercaderes para ayudarlos, pero para ello necesita más plata de la que almacena en la caja fuerte del Staatsbank. El dinero tiene que venir de otra parte.

El Senado comisiona a Ernst Merck, un comerciante hamburgués conocido por sus excelentes contactos, a negociar con Viena: Austria es una monarquía que todavía no participa en los negocios globales, la crisis no le afecta en lo más mínimo. Y Merck tiene éxito: Austria accede a prestar plata por un valor de 10 millones de Bancomark por un año, al 6 % de interés. De ese modo, el Senado podrá impedir la quiebra de las 8 casas de comercio principales.

Se eligió al tren como medio de transporte. Hay que imaginar lo que fue ese viaje entre Viena y Hamburgo, que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1857 y que atravesó media Europa: Dos locomotoras de vapor que transportaban 14 vagones, conteniendo un total de 2825 barras de plata, con un peso de casi 85 toneladas.

Las casas de comercio importantes empiezan a liquidar las deudas, retorna la confianza. Sin embargo, la primera crisis económica global de la historia lleva a más de 200 casas de comercio hamburguesas a la quiebra. Ya se sabe, los pequeños llevan en estos casos las de perder.

Escandinavia, Sudamérica y Australia también sufren graves consecuencias derivadas de la crisis. Pero el país más perjudicado es USA: Más de 5000 empresas tienen que cerrar las puertas.

Al poco tiempo, aparecen nuevos inversores en Alemania, Inglaterra, USA, y la bolsa vuelve a subir. En 1871 la economía se encuentra en su máximo valor en toda la historia, sólo en Alemania se fundan en aquel año más de 1000 SA, hasta que un nuevo crash de la bolsa finaliza el boom y comienzan décadas de depresión. Comienza la alternancia de la situación económica.

(Texto condensado a partir de un artículo de Hendrik Fischer, Beben in der Hansestadt, en GEO Nr. 30).

Se trata de un texto histórico, pero que recuerda de modo demasiado cercano al presente, casi es actual en muchos sentidos. Pienso en las hipotecas basura, en la locura de los productos financieros incomprensibles, en la burbuja inmobiliaria, en el efecto dominó, en quiebras y parados y en préstamos e inyecciones financieras del gobierno para salvar a empresas y bancos, y en los titulares de los periódicos de ayer y anteayer.

Y, a raíz de la crisis actual (me entero de que se trata de la quinta crisis económica de proporciones mundiales, después de las dos mencionadas de 1848-51, la de 1871-95, la de 1929 y la de 1971), me pregunto: ¿Cómo es que nadie se da cuenta de que venía una crisis? ¿O sí existe quien se da cuenta, pero lo calla para emplear el crash en su provecho? Los expertos en economía que ganan fortunas, ¿no deberían ser capaces de predecirlas, de darse cuenta de que se trata de burbujas, de pompas de jabón que están a punto de explotar? Si la economía y sus vaivenes son caóticos hasta el punto de impredecibles, ¿sirven de algo los economistas, o serán prescindibles? ¿Nos iría mejor sin ellos? ¿Acaso los hay de varias clases, los buenos y los malos? ¿Nunca leen historia, no saben que las crisis son cíclicas y que hay que estar pendiente de ciertas señales de su aparición para poder hacerles frente sin descalabrarnos una y otra vez?

Porque, ¿quién infla las burbujas si no ellos, los economistas, con sus promesas de ganancias inauditas, con su fina exaltación de la codicia, con su sofisticada publicidad? Viví los 80 y los 90, y todavía recuerdo como en innumerables ocasiones los orates de la economía (tanto profesionales como aficionados) intentaron minar mi seguridad en mí mismo debido al hecho de que no estaba invirtiendo en la bolsa, y me llamaron de todo, desde ingenuo hasta imbécil, porque yo no parecía interesado en participar en esta fiesta de beneficios que se podían obtener gracias a unas acciones que siempre subían de valor. Ganar dinero así, de la nada, sin mover un dedo. Un chollo. Algunos de ellos, ya sexagenarios, perdieron, debido a su manía inversora y de modo lamentable, gran parte de los ahorros de su vida. Malas decisiones. Otros, los menos, ganaron algo, o consiguieron minimizar las pérdidas. Ninguno obtuvo las enormes ganancias que se me describían como casi aseguradas. Los bancos, hasta un día antes del crash (es decir, cuando ya se sabía lo que venía), continuaban buscando incautos que participaran en aquello, que más que una fiesta resultó ser un aquelarre. ¿Puede justificarse éticamente esta conducta de los banqueros? Y estoy seguro de que, cuando la crisis se haya terminado, volveremos a los mismo. Porque la codicia sigue allí, agazapada, susurrando sus dulces delirios en el oído. Y seguiremos siendo tan estúpidos como para volver a participar, como para creernos las promesas de que seremos ricos, como para creer que seremos capaces de reconocer las señales del declive, de que no nos pillará desprevenidos, de que conseguiremos a un tonto por debajo nuestro a quien vender (la acción, el inmueble) antes de la caída. Y los banqueros y economistas, responsables del desbarajuste, serán los menos perjudicados, como en las actuales circunstancias.

Si a un médico se le muere un paciente por negligencia, si un abogado pierde un juicio por presentar alegatos sin pruebas, si un arquitecto construye sin bases y el edificio se cae… No premiaríamos a ninguno. ¿Por qué nuestra sociedad premia a los artífices de un sistema que sistemáticamente produce un descalabro en el bienestar de amplios sectores de la sociedad? ¿Por qué nos creemos a pies juntillas la explicación, demasiado simple, de que no existe otra alternativa?

domingo, 14 de junio de 2009

Una invitación en el facebook

Recibo una invitación para unirme a un grupo de protesta ante un hecho intolerable: Los pescadores de la isla de La Reunión utilizan perros y gatos vivos como carnada para pescar tiburones. Al parecer les clavan anzuelos en el hocico y en las extremidades y los dejan flotando en el mar, amarrados a una boya. Durante la noche, los tiburones se sienten atraídos por la sangre y el pataleo de los desesperados animales y caen en la trampa, y a la mañana siguiente los negritos ya tienen su flamante tiburón, que venderán a precios interesantes para cubrir la demanda del mercado japonés (donde la idea de que si te comes la aleta del escualo se te pone tiesa sin necesidad de viagra está causando la extinción de este superviviente marino del jurásico) .

Inicialmente pienso que se trata de un hoax, uno de esos rumores inventados que afloran en internet, como la historia de los gatos esféricos encerrados en peceras o la de los engendros genéticos que emplean McDonald’s o KFC. Pero, después de buscar un rato en el google, la cosa adquiere visos de realidad. La noticia la reseñan, entre otras fuentes más o menos creíbles, National Geographic.

Encuentro que el grupo de fb ya tiene 1,5 millones de miembros, la meta son 5 millones. Se busca presionar al gobierno de Madagascar para que impida ipso facto esta práctica aberrante.

Y pienso en lo hipócrita y corto de vista que termina siendo siempre el ser humano. Sí, es horrible y repugnante lo que hacen con los perros y gatos (aparentemente existen miles de animales realengos en La Reunión, de manera que no resulta difícil satisfacer la demanda de carnada) , pero, ¿acaso resulta  más horrible que el sufrimiento de toros y caballos en las corridas de toros, o el de millones de ratas, simios, conejos, cobayas y otras especies que se matan cada año entre terribles torturas con el fin de producir medicinas, cosméticos o armas, o que la matanza (muchas veces cruel y sin control) de millones de vacas, cerdos, gallinas y otros animales para que tengamos nuestros mercados llenos de rica carne empaquetada (de la que gran parte se perderá, porque nadie la va a consumir), o que las torturas a las que se somete a los gansos para que podamos presumir de nuestro foie gras o para soñar nuestros dulces sueños de bienpensantes con nuestras mullidas almohadas, o la de las martas, visones, focas, etc. que dan su vida para que un imbécil adinerado pueda exhibir su poderío económico al regalarle un abrigo a una mujer (para de paso ver si ésta le abre las piernas)? Etc etc. Uno de los pilares de nuestra civilización se basa en el sufrimiento que se ha causado sistemáticamente a incontables animales a lo largo de los siglos, nos guste o no nos guste. Pero nosotros, los ricos de Occidente, pulsamos la tecla del mouse, entramos en el grupo y nos damos palmaditas en la espalda porque gracias a nosotros el mundo es un poquito mejor.

1. Los gatos y los perros son tan sensibles como el resto de especies, y no veo por qué sólo nos sensibilizamos con ellos y no con el resto. Sí de verdad nos choca esta práctica, seamos consecuentes y modifiquemos nuestra conducta como consumidores (es decir, no les demos nuestro dinero) a las personas, empresas, estados que matan a otras especies, aunque no sean tan "acariciables" o cercanas como los gatos y los perros.

2. Si a mí me dan a elegir, me parece que por lo menos los negritos de La Reunión, depauperados, incapaces de sobrevivir mediante la pesca tradicional (debido a que la sobrepesca que llevaron a cabo los países europeos durante años dejó los mares casi vacíos), que no tienen los medios para llevar a cabo campañas de limpieza en los medios de comunicación y sobornos para las autoridades, se encuentran luchando por sobrevivir. Eso me inclina a justificarlos más a ellos que a las ricas empresas de Occidente, tan éticas ellas.