jueves, 31 de mayo de 2007

El chico de los rizos rojizos (cuento)

a Franziska
Después de una larga depresión, de demasiadas horas extra en el trabajo, de tener que soportar a la hija de puta de mi jefa, de una cita con un tío que resultó ser un mierda y me tuvo jodida como por dos semanas... El sol vuelve a salir y no sólo en mi cabeza, por fin llegó la primavera.
Ayer en el tren veía el cielo y recordaba momentos que me parecieron hermosos, en los que me sentía en armonía con el mundo, y me di cuenta de que había olvidado uno a pesar de lo mucho que significaba.
Escenario: Estoy de visita en Madrid y al llegar veo anunciada una fiesta temática en Fabrik – los superhéroes más potentes de la galaxia DJ acuden a la llamada de Goa. Jordi y Nuria (mis exiliados amigos en la capital) me acompañan. La entrada vale un pastón, pero de algún modo consigo colarme sin pagar. Vodka, drogas, salimos a bailar, en algún momento le regalo mi camiseta a un tío que me dice que huelo bien y me quedo en sujetador, luces estroboscópicas, sudor, más drogas, todavía más alcohol y yo sólo puedo reír, mi vida me parece genial, conozco gente de puta madre y hablo hasta por los codos. Después de girar durante horas se aparece ÉL. Cuando estamos juntos el tiempo parece haberse detenido (pero no me engaño, es el XTC que empieza a hacer efecto), de cualquier manera me dice que le recuerdo a una actriz de su película favorita. Bailamos un rato y luego me dice adiós y se va, pero no puedo dejarlo ir y hago lo que nunca hago: corro detrás de él y le pregunto su número de móvil. Parece contento, se viene conmigo al bar, me escribe su número en un apoyavasos y me pregunta si no quiere que nos veamos más tarde. Le digo que sí y él dice joder, vente conmigo ya. Antes de salir de la disco nos besamos como locos hasta caernos al suelo, estoy excitada, en el taxi le escribo un SMS a Nuria, el taxista no aparta su mirada de mis tetas pero me da igual. Llegamos a su piso y me parece que lo conozco hace años, que estamos enamorados. Hablamos de cosas locas, de cosas de las que no hablaría con nadie, teorías de conspiraciones, universos paralelos, zonas de tiempo, mi pasión por la música... Vive solo, su piso es enorme y fantástico, por todos lados hay instrumentos musicales, CDs, cosas para la academia de bellas artes, lienzos enormes con manchas raras y maravillosas, un póster psicodélico que dice If the doors of perception were cleansed, every thing would appear to man as it is: infinite. Bebemos cerveza y me da frío, me presta un jersey y me dice que es increíble que estés aquí y nos la pasemos tan bien y tengas puesto mi jersey. Nos acostamos sobre la alfombra, oímos Oasis y nos sentimos como adolescentes, como de 16, y es asombroso. Finalmente vamos a su cuarto, pronto comenzará a clarear, más instrumentos musicales, nos acostamos en la cama y nos dormimos abrazados. Ninguno quiere sexo, no tan rápido. Dos almas que encontraron consuelo, cercanía, un poquito de amor… Sobre su cama otro póster, esta vez de los Beatles. Antes de dormirnos me cuenta cosas sobre su vida, y es como si leyera historias de un libro. Me despierto y encuentro una taza de té y una nota. Voy a la cocina, cocinamos juntos, fumamos marihuana, comemos, bebemos más cerveza y oímos más música, es increíble lo bien que podemos hablar, nos entendemos tan profundamente, sintonizamos, como si nos conociéramos hace una eternidad. Cuando anochece me dice que tiene que salir, quedó con unos colegas, yo me voy a casa de Nuria y le cuento que ha sido una de las noches más bonitas de mi vida. Después sólo nos volvimos a ver una vez, ya no era igual, no volvimos a conectar, nada encajaba, pero no pasa nada, queda el recuerdo de la otra noche… ¿Cómo pude olvidarla hasta ahora? En el viaje de vuelta a Barcelona me había jurado que siempre recordaría mi noche junto con el chico de los rizos rojizos, para mitigar los malos momentos en el futuro con su luz.

sábado, 26 de mayo de 2007

Delirious (crítica)


¿Jugador o peón?

La amistad y las pruebas que ella conlleva, el amor romántico perfecto que nunca existe y siempre anhelamos, la importancia de perseguir los sueños, la intimidad de las personas y sus límites, el reconocimiento de los padres y qué hacer cuando éste no llega son los temas de la película Delirious (Tom DiCillo, 2006). La historia describe la relación entre Les, un paparazzi lleno de complejos con grandes ambiciones (Steve Buscemi, genial como de costumbre en su papel de looser) y Toby, un sin techo guapo, manitas y aspirante a estrella (Michael Pitt, que también hace una buena actuación como adolescente un poco ausente, no sabemos nunca si es que el chico es lelo, cínico o sencillamente un trepa de cuidado). Les se compadece del chico, le ofrece cobijo y un empleo dudoso con una remuneración muy discutible, y así se entabla una especie de relación maestro-discípulo (muy bien llevada en la película) en la que ambos aprenden lecciones del otro, a veces de la manera más ruda. Toby está fatalmente enamorado de K’Harma (la intención del nombre es tan evidente que sobra ahondar en el tema), una guapa estrellita de la farándula que canta, compone, lleva una línea de perfumes y cuya vida privada aparece en todas las revistillas del corazón (¡cualquier semejanza con Britney o Christina es puramente casual!), interpretada por Alison Lohman. Por azares del destino (tal vez demasiado excesivos), K’Harma conoce a Toby y también se enamora de él, un hecho que trastorna la relación con Les. Finalmente, el amor entre Toby y K’Harma será el aspecto con mayor peso en la película, y es de lamentar, porque el humor, la ironía y los matices que caracterizaban la primera parte se esfuman para dar paso a un sueño adolescente y edulcorado que no ofrece mayor interés, con un Grand Finale operático (parece una rendición, un abandono de la línea inicial) sobre una alfombra roja entre flashes de paparazzis. Con el fin de añadir más interés, DiCillo agrega un argumento paralelo con el carácter de Les que en mi opinión resulta fatal, pues no resulta creíble y termina por empañar la línea argumental que hasta ese momento funcionaba bien en el film. Aunque la historia arroja muchos puntos interesantes, la actuación de Buscemi es divertida y convincente, no se abusa nunca de la moralina y al final Les y Toby completan su evolución de modo satisfactorio, pienso que globalmente la película fracasa al sucumbir ante el melodrama, dejando de lado lo que había sabido construir hasta el momento.
LO MEJOR: La celebración del cumpleaños de K'Harma, ocasión en la que Les tiene la oportunidad de ver en directo a Elvis Costello. El fotógrafo había capturado dos instantáneas del músico sin su sempiterno sombrero, y esas fotos habían sido lo más cerca que Les había conseguido llegar a su ideal de un fotógrafo de calidad. Ante su ídolo, Les, que dividía al mundo en los Jugadores y los Peones (él por supuesto pertenecía al primer grupo) se queda sin habla, y después de un patético ataque de nervios en el baño, regresa a la fiesta a ocupar su verdadero lugar en el mundo: detrás de la cámara, condenado a la separación del mundo de los jugadores y pudiendo llegar a él sólo a través del objetivo.
LO PEOR: El previsible final de cuento de hadas.
RECOMENDACIÓN: Verla en DVD o esperar a que la den en la tele.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Declaración

Mi mayor problema al sentarme a escribir es la idea continua de que lo que escribo debe soportar indemne el paso de los años, debe ser eterno. De alguna manera se ha sembrado en mí una feroz autocrítica que desmenuza o destruye cualquier intento de fijar por medio de palabras alguna de mis visiones personales del mundo o las historias que quiero contar. Entonces siento el clásico y terrible pavor ante la hoja vacía, dudo entre millones de peripecias cada vez que me propongo escribir incluso la palabra más diminuta y al final resulto vencido por el tremendo esfuerzo y me entrego a cualquier actividad intrascendente que me permita evadirme. Sin embargo, el deseo de escribir permanece en mí. Por lo general suelo convencerme de que lo que ocurre es que todavía no he alcanzado la madurez suficiente para generar las obras maestras con las que sueño, y entonces me dedico a leer las obras maestras que otros han escrito y que yo admiro/envidio, esperando con paciencia que algún día reciba la iluminación de la inspiración como un regalo de Dios. Creo que la afición a la lectura es uno de los aspectos más importantes del oficio de escribir, pero no la simple lectura, sino la lectura productiva, es decir, una lectura completamente orientada a la escritura, con un cierto sistema, buscando encontrar las intenciones y técnicas y trucos y embelecos de los autores, comparando, manteniendo una distancia crítica y analítica al mismo tiempo que identificándome con cada personaje, relacionando lo que se lee con las circunstancias históricas, las corrientes literarias, etc. Pero sólo leyendo no se escribe.
No me canso de repetir a quien lo quiera escuchar que una de las confusiones más graves del ser humano es la de vivir como si fuera inmortal. Aristóteles, en su clasificación de los géneros teatrales, coloca a la tragedia en el sitial más alto, debido a que su trama trata de dioses, mientras que a la comedia corresponde el sitial más vulgar, pues sus personajes son simples seres humanos. Los dioses, al ser inmortales, están condenados a la gravedad de lo pesado, al eterno retorno nietzscheano, mientras que los humanos, cuya existencia es leve y efímera, pueden darse el lujo de equivocarse, reírse, tomarse la vida a la ligera, pues sus actos no tienen consecuencias definitivas. Por supuesto que en cada ser humano también hay algo de divino, un alma inmortal (o como cada quien quiera definirlo), que será la depositaria de lo que podamos aprender en esta vida y lo empleará en las próximas, pero nuestro ego más terreno apenas si alcanza el nivel de personaje picaresco. Precisamente esa existencia terrena finita y ligera es lo que más se tiende a olvidar, pues lleva implícita la muerte, el más grande tabú de nuestra cultura, lo que más miedo nos ocasiona. Al esconder u olvidar que somos mortales, que nuestros días lentamente se acaban, pensamos entonces que no moriremos nunca, que somos dioses, y entonces la vida adquiere ese carácter trágico que suele acompañarla en tantos y tantos casos. Ya no vivo mi vida como si fuera inmortal, me identifico más con El Buscón o con el Lazarillo que con, digamos, Werther. Pero cuando me siento a escribir es otra cosa, una voz en mi interior me dice que si voy a escribir es para ser un clásico, para transformar la literatura, para revolucionar la estética, para convertirme en una estrella. ¿Acaso me creo un dios eterno? ¿Soy así de arrogante?
Creo que en este instante lo más importante para mí es aprender a escribir para el día a día con humildad. Cuentos, poemas, novelas que describan quién soy yo hoy. Si han de perdurar, será cuestión de suerte, esta cuestión no debe perturbar el flujo de la escritura. No sé si tengo el talento para ser un clásico, ¿y a quién coño le importa? Sólo el hecho de escribir justifica lo que se escriba, sin importar el contenido, pues representa mi sentir personal y mi existencia como documentador de mi tiempo y mi época, del mismo modo en que millones de granos de arena diminutos forman una playa. La esencia de una época no sólo reside en sus obras maestras, también (y quizá con mayor intensidad inclusive) en las triviales. No sé a qué género pertenecerán las mías, y a partir de hoy tampoco deberá importarme. La búsqueda de la perfección es señal inequívoca de una mente presa de alguna quimera.