martes, 13 de enero de 2009

Comentario: El hijo del viento

19131

Acabo de terminar la lectura de esta novela de Hening Mankell (no sé por qué, en alemán la llamaron “El antílope rojo” en vez del título original; supongo que la traducción española se titulará “El hijo del viento”). Este hacendoso escritor sueco es muy conocido por sus novelas criminales (especialmente la serie de Wallander), pero también ha escrito una serie de novelas ambientadas en África (él vive la mitad del año en este continente). Esta relata el viaje de Hans Bengler, un tipo mediocre y fracasado y pichón de entomólogo (“Bengel” en alemán significa algo así como pilluelo, granuja, no sé si en sueco también), hacia África con la intención de descubrir un insecto para ponerle su nombre. La acción tiene lugar en la década de 1870. Después de una serie de peripecias que casi le cuestan la vida (que le permiten a Mankell criticar la pobreza y el clasismo europeos, el eurocentrismo y la despiadada colonización de África del sur que llevaron a cabo alemanes, ingleses y holandeses), se encuentra con un chico huérfano de unos 10 años, se apiada de él y toma la decisión nada meditada de regresar con él a Suecia. Después de un viaje lleno de inconvenientes, el pobre chico (Molo es su nombre, pero esto no parece importarle a nadie, su padre adoptivo lo bautiza como Daniel – aquí se le vuelve a ver el plumero a Mankell, pues el chico se pasa el libro interpretando sus propios sueños) tiene que soportar el previsible sin fin de incomodidades que implica ser negro en Suecia a finales del s. XIX, como ser observado cual insecto de la colección del padre adoptivo, oír a presuntos sabios discutir si se trata de un animal o un ser humano, ser exhibido en ferias ambulantes y o recibir las dudosas atenciones de un cura bienintencionado que pretende civilizarlo. El chico decide entonces que aprenderá a caminar sobre el agua para regresar a su hogar, y averigua que un tal Jesús era capaz de hacerlo… La novela se plantea como una curiosa road-movie por la que trascurren campesinos ignorantes, brutales colonizadores, marineros, científicos, artistas, una bella periodista, locos, un desperado y hasta el mismísimo rey de Suecia. Ninguno de ellos puede o siquiera hace un esfuerzo por entender al chico. Aunque el tema sin duda da para mucho y hay momentos entretenidos (qué piensa un nativo del desierto de Kalahari al ver la nieve, por ejemplo) y se basa en una historia real, para mí la novela no funciona. Un chico solo en un mundo cruel que no entiende, que añora volver a sentir la arena del desierto bajo sus pies descalzos, resulta triste y conmovedor, pero falla el aspecto narrativo. Mientras que la primera parte está escrita desde el punto de vista de Bengler y tiene consistencia, de repente cambia el narrador, ahora vemos el mundo a través de los ojos del joven Molo, y no resulta bien, un sueco adulto del s. XX intentando experimentar el mundo decimonónico desde la perspectiva de un niño bosquimano. Todo el tiempo se piensa: Ah, aquí está Mankell criticando o cuestionando tal o cual aspecto de la realidad europea. Además, el chico primero no habla sueco, luego de repente lo habla casi a la perfección, para después volver a no entenderlo. Y, además (Mankell no puede dejarlo), al final se produce un asesinato y dentro de la novela hay una pequeña historia criminal que, en mi opinión, sobra. Todo resulta demasiado construido, la acción no termina de fluir. Pero esto son detalles; para mí el principal problema de la novela es que, a pesar de que trata (demasiado) de evitarlo, al final resulta moralizante y melancólica en exceso (ya se sabe, el discursito del buen salvaje, etc). Nada nuevo bajo el sol.

Conclusión: Mejor permanecer fiel a la serie negra, aquí Mankell es un verdadero maestro. Prescindible.

1 comentario:

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