lunes, 19 de enero de 2009

Comentario: Hombre en la oscuridad

0571240763

Todavía me siento perplejo. La mayoría de las numerosas críticas que leí de la última novela de Paul Auster me parecen un despropósito. Que si Auster se ha fosilizado, que si ya no es el mismo, que si en su ancianidad se deleita en diálogos obscenos y machistas y esto sería un claro signo de decadencia, que si empieza una historia bien construida (aunque no dice nada) para no terminarla, que es pura forma sin ningún contenido, etc. Por suerte, no suelo hacer caso a los críticos y me leí el libro. Aunque no se trate de una obra maestra, “Hombre en la oscuridad” representa una meditada depuración de los temas típicos austerianos, como las pérdidas (los tres personajes principales de la novela son viudos o divorciados, y la vida no ha sido demasiado benigna con ellos) y cómo afrontarlas, el pasmo ante la extrañeza de la vida, las causalidades o el hecho de contar una historia y sus consecuencias. Resulta, además, tal vez la obra más crítica políticamente del autor (Bush says hello). La novela consiste en una noche de insomnio en la vida de August Brill (de 72 años, postrado en una cama debido a un accidente), quien, con el fin de entretenerse y de despistar a los fantasmas que lo acosan, se inventa una historia brillantemente narrada y llena de sorpresas, aunque al final el pasado siempre consigue la forma de inmiscuirse y volver a tomar posesión de su pensamiento. Este contrapunto entre lo ficcional y lo pasado constituye una interesante meditación sobre el hecho narrativo en sí mismo y su percepción. Aunque la historia que se inventa Brill es absolutamente descabellada, nos sentimos atrapados con su buen arte y queremos saber cómo va a continuar. Además, nos vamos dando cuenta de que casi todos los elementos de la historia encuentran un correlativo en el pasado del narrador, a modo de enrevesado rompecabezas. Sin duda, el final de la historia ficticia resulta un poco truculento, pero a mi entender es efectivo para hacernos despertar del ensueño de la ficción, para distanciarnos y permitirnos llevar a cabo la reflexión. Auster juega además con las intersecciones entre los planos narrativos (algo que, como los críticos antes mencionados apuntan, ya practicó Cortázar hasta el hartazgo, pero que aquí funciona sobre todo como elemento lúdico). En la segunda parte de la novela aparece la nieta de Brill, también insomne, y los dos mantienen, sin encender la luz, una entrañable conversación en la que el hombre le relata a la nieta los pormenores de la seducción, la pérdida y la reconquista  de la mujer que se convertiría en su abuela. La novela acaba, como era de esperarse, con la llegada del amanecer. Más allá de la perogrullada de que todos nos encontramos viviendo en una oscuridad de dudas, tentativas y búsqueda de respuestas a la pregunta de cómo se debe vivir, la novela presenta un mosaico de experiencias y reflexiones muy satisfactoria, que por suerte no apuntan para ningún lado y arrojan más preguntas que respuestas. Me parece que Kundera tiene razón cuando afirma que las novelas auténticas son aquellas que no buscan expresar nada en concreto ni moralizar, sino que se limitan a presentar ante los ojos del lector el ambiguo ámbito interior de unos personajes que le permite, empatía mediante, convertirse en ellos por unos instantes y así vivir otra vida distinta a la suya, observar el mundo desde otro punto de vista. Así es esta obra, no nos enseña nada ni tiene ninguna moraleja, pero cuando la terminamos nos sentimos más completos, enriquecidos.

Auster es un tipo más bien modesto cuando se expresa de su obra, que incluso ha llegado a comentar en una ocasión que ya había expresado todo lo que tenía que decir en cuanto novelista. Sin embargo, yo observo una evolución en la obra del escritor, que cada vez presenta su material con un tono más íntimo, meditado y esencial.

Conclusión: Recomendable, y no sólo a los fieles de Auster sino también para introducirse en su obra.

No hay comentarios: